La fragilidad del paraíso (o cuando un tsunami se lleva todo)

El desarrollo turístico en Samoa brilla por su ausencia, así que la oferta de alojamientos es acotada. La mayoría de los viajeros opta por los fales: estructuras de madera sobre la playa que generalmente carecen de lujos, aunque hay opciones un poco más sofisticadas. Él nos mira, se ríe y se va con el primo a jugar al rugby a la playa, a metros de los fales que llevan su nombre. Cualquiera diría que es hijo único, aunque tiene dos hermanas mayores. No entiendo casi nada de samoano, pero pareciera que ella está contando hasta 10 para que suban de la playa: el rezongo maternal resiste cualquier barrera idiomática. El amor, cuidado y protección de Ranlu es total: fue el renacer después de la tragedia, aunque su nombre se la recuerde todos los días.

Parking de los fales y de fondo el comedor.
Las instalaciones del alojamiento mientras llueve con sol.

Llegamos a los fales Ranlu de casualidad; íbamos al teóricamente más económico de la zona y encontramos este establecimiento familiar en el camino. Estaban todos vacíos así que por un momento dudé si efectivamente estarían trabajando. Ella estaba sentada en el comedor, contando los segundos que pasarían hasta que cayeran las primeras gotas de una incipiente tormenta. Sin levantarse de la silla pero sosteniendo una pícara sonrisa, me hizo una oferta imbatible y decidimos quedarnos cinco noches. Piso de tablas, ocho postes para sostener el techo y lonas para protegerse del viento o la lluvia. Entre el colchón y el suelo hay una alfombra de fibras vegetales que volveríamos a ver incontables veces, y de arriba caen románticos tules para mantener lejos a los mosquitos. La familia que gestiona el lugar duerme en los otros fales y todos compartimos el mismo baño.

Fale samoano a la noche.
Dormir casi a la intemperie, con el océano a unos metros y el cielo salpicado de estrellas.

Estábamos cenando cuando llegó el ómnibus que recorre la isla de Upolu bajo una frecuencia y regularidad, cuanto menos, misteriosa. Enseguida nos miramos con mi amiga, intentando hablarnos sin decir nada. La pregunta era evidente: ¿es o no es? La halfwoman -como la llamaría su hermano después- nos contó que gente de otras islas del Pacífico viene a este rincón de la polinesia a sentir y vivir su identidad de género con total plenitud. Un rato después la veríamos maquillándose para una fiesta de conversión, en la famosa playa de Lalomanu, a unos pocos kilómetros de aquí. Ella quedaría a cargo de los fales durante los días que la hermana acompañe al marido en el hospital.

Unas noches después cenamos arroz con mariscos, de mis comidas preferidas. Tanto en la cena como en el desayuno, la mamá de Ranlu se sentaba detrás o a un costado nuestro. Tal vez por mi insistente agradecimiento por la elección del menú, o porque acababa de volver de tres días en el hospital de Apia y tenía ganas de conversar, pero ese día se sentó en la mesa con nosotras. En esa charla de panza llena, Vailima fría[1], el golpeteo de las olas detrás y miles de estrellas de testigo, descubrimos el significado de Ranlu y por qué ese niño de 7 años es tan especial y protegido.

Eran cerca de las 6 de la mañana y hubo un temblor. Mis hijas mayores ya se habían ido en el ómnibus para la escuela en Apia. Al rato miré hacia la playa y el mar se había retirado unos 200 metros. Nunca había visto algo así, el arrecife de coral estaba al descubierto. Alcé en brazos a Lulu, mi hija menor, y mi sobrino mayor tomó a Rangi, que tenía 3 años. Intuía que algo iba a pasar, se veía raro el horizonte. No sabíamos qué significaba que el mar se haya retirado de esa manera. Siempre viví acá y nunca había visto algo similar.

Y de repente la nada: no recuerda qué pasó ni en qué momento Lulu fue arrancada de sus brazos. Todo a su alrededor se desvaneció, no sabe cuánto tiempo pasó hasta que la encontraron boca abajo en la orilla, inconsciente y sin rastros de la pequeña. Ese 29 de setiembre de 2009 nació de nuevo. Un guiño macabro del destino, pensaron algunos supersticiosos, que sea el veintinueve del nueve del cero nueve. Casi un satanás invertido.

El mar se había enfurecido, retrocedió para tomar impulso y arrasar con todo lo que encontró en la costa este de Upolu. ¿Dónde están sus hijos? ¿Y su marido? Él quedó atrapado debajo de un árbol, y aunque lograron rescatarlo tiene la pierna comprometida. Pero su hijo Rangi no aparece, fue arrancado de los brazos de su primo mayor de la misma forma que Lulu se escurrió entre los de ella.

Playa costa este de Upolu. Uno de los lugares donde el tsunami de 2009 pegó con mayor violencia.
Y esto que se ve tan paradisíaco supo ser el mismísimo infierno.

Caminan, preguntan, esperan encontrar con vida a los dos niños desaparecidos. Como ellos hay tantas otras familias desesperadas. Solo con el paso del tiempo irán dimensionando la magnitud de la tragedia. Todavía no saben de las 149 víctimas mortales, que el nivel del mar trepó 49 metros y arrasó con cientos de hogares, o que el origen de todo aquel desastre fue un terremoto de 8.1 grados en la escala ritcher.  

La percepción del tiempo está absolutamente distorsionada: no sabe si pasaron días, horas o minutos, pero finalmente la marea devuelve los cuerpos de Rangi y Lulu. En general las familias entierran a sus muertos en los patios de las casas, pero a ellos los llevaron alto en la montaña, allá donde habrían estado a salvo.

Nosotros solo perdimos a dos, hay familias que desaparecieron por completo. Yo pensaba: tengo a mi mamá, tengo a mis hermanos. Estamos bien.

La reflexión de halfwoman me deja pensando, trasluce con total nitidez la empatía y resiliencia de una familia que atravesó el dolor más profundo, pero logró levantarse y empezar de nuevo. No sin miedos: miran el mar con desconfianza y construyeron una segunda casita en la montaña, por si acaso. Pero ese miedo no los paralizó ni expulsó de su hogar, aunque de él no quedaran más que ruinas.

El lavadero: vivir con lo mínimo.
Aprendieron a vivir con total despojo de lo material, lo importante pasa por otro lado.

Rangi y Lulu no están más, pero de alguna manera y mucho más allá del nombre, viven en Ranlu. El niño que vino después de la tragedia, y antes de aprender a caminar le enseñó a todos a levantarse.

*Rangi, Lulu y Ranlu son nombres ficticios, pero la relación entre sus verdaderos nombres es verídica.  


[1] Cerveza de Samoa