La muerte siempre fue mi mayor miedo a la hora de salir de viaje. Pero no tanto mi propia muerte, sino la de aquellas personas que quedaron en casa.
Algunas son más esperables que otras: cada vez que voy a Uruguay abrazo a mi abuela sabiendo que probablemente sea la última vez que pueda hacerlo. Aunque la veterana se encarga de taparme la boca y la sigue remando a sus 90 años, ja.
Mi mayor miedo son las muertes abruptas e inesperadas, las que te hielan la sangre cuando lees el mensaje y deseas que al despertar todo haya sido un mal sueño.
No pretendo dar cátedra porque sigo buscando la vuelta de cómo atravesar el duelo, que ya iba a ser terrible si estuviera en Uruguay, pero al estar lejos todo se potencia.
Aunque en su momento estaba en Tailandia con Mer, supongo que la lejanía y soledad juegan su partido. Quería el abrazo más primario, el de los afectos más cercanos y el grupo de amigxs, para llorar hombro con hombro y atravesar esto juntxs.
Sin embargo, estar lejos no significa no estar presente. Hace tiempo aprendí que, aunque estemos del otro lado del planeta, podemos estar simbólicamente, acompañar y dejarnos mimar a la distancia.
Hace poquito falleció un amigo muy cercano. Estar en Uruguay no iba a cambiar absolutamente nada, pero la distancia hizo que todo sea más difícil. Por eso, y porque para entender el mundo necesito escribirlo, decidí dedicarle una carta. En su momento la compartí en las redes, pero sentí que también tenía lugar en el blog; estas cosas también son parte de los viajes.

Querido Cami:
Sí, ya sé que preferís tu primer nombre. Pero aunque cada tanto se me escape un “Joao”, para mi fuiste, sos y vas a ser siempre Camilo.
Te escribo porque para procesar las cosas necesito ponerlas en palabras. A veces lo hago para entender algo, otras para amigarme conmigo misma o con los que me rodean. Hoy escribo para sanar y atravesar la angustia, o lo que sea que signifique este plomo que tengo en el pecho.
Aunque esta angustia no debe ser ni la milésima parte de la que sentías vos. Me cuesta mucho imaginarte así, porque fuiste un tipo lleno de fuego y vida, y así te quiero recordar.
Si pudiéramos hacer un vídeo corto sobre los Highlights de tu vida, estoy segura que te acompañé -por lo menos- en dos grandes momentos.
La primera vez que fuimos a Río terminamos, gracias a tu eterna socialización bizarra de la noche, haciendo parapente desde un morro en Trindade. “Siempre lo quise hacer y nunca me animé” me dijiste, y al ratito estabas corriendo en el cielo, sobre un suelo de morro verde y agua turquesa. Cuando aterrizamos en la arena la felicidad no nos entraban en el cuerpo.
Este año volvimos a viajar a Río en Carnaval y cumpliste otro de tus sueños: ir a ver a Mangueira al Sambodromo. El miércoles de fallos nos agarró en un bloco chiquito y bizarro, pero sabiendo que era el último dejamos la vida meta salto y baile. Cuando la lluvia nos obligó a tomar una decisión, llegó el mensaje soñado: “¡Ganó Mangueira!”. Y tu reflejo fue automático: “¡vamos a los festejos!”.
Allá fuimos, y fue la mejor noche de la historia. Tengo grabada tu imagen de brazos abiertos, saltitos cortos, ojos cerrados y cabeza para atrás: gozabas cada nota que entraba en tu cuerpo y vibraba en vos.
Nos quedó pendiente saltar en paracaídas y desfilar con las plumas en el Sambodromo. Pero tranqui, algún día lo voy a hacer y vos vas a estar ahí conmigo, con tus rastas saltarinas y meneo sensual.
Hasta siempre amigo, te quiero

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