La isla
Ubicarse en tiempo y espacio
La tranquilidad y facilidad para moverse en Samoa nos absorbió, estábamos en una especie de trance. De repente vemos un montón de autos, luces, semáforos, autopista. Habíamos aterrizado en Nadi y todo era raro. Las comparaciones son odiosas pero muchas veces inevitables. En Samoa no había muchas opciones de qué hacer o a dónde ir: son islas chicas, de recorrido fácil y más o menos están bien claros los lugares para visitar. (Fijate nuestro itinerario en ¡Talofa! Viaje por Samoa)
Fiyi está compuesta por más de 300 islas, con un desarrollo turístico alucinante. Nos encontramos frente al mapa sin saber qué hacer, a dónde ir o cómo ajustar nuestro presupuesto a esta nueva realidad. Nos estábamos alojando en Bamboo Backpackers: la opción más económica de Nadi y donde muchos hacen base para ir a las Mamanucas y Yasawas. Estos dos grupos de islas son de lo más famoso y turístico de Fiyi. Sabíamos que probablemente estén sobrevaloradas y con mucho marketing atrás, pero también tenían pinta de ser lugares increíbles.

Empezamos a analizar opciones y todas excedían nuestro presupuesto. Entre el barco y los alojamientos se nos iba la vida. Estábamos por elegir nuevos rumbos hasta que veo un backpackers en el mapa, en la isla Mana, del grupo de las Mamanucas. Tengo claro que esos “backpackers” son muchas veces mentira, y solo buscan llamar la atención del viajero low cost. Pero averiguar no costaba nada.
Mana: la opción “mochilera” de las Mamanucas
Nos terminamos quedando 6 noches en Ratu Kini’s Backpackers. El precio de los dormitorios compartidos arranca en FJD 35 (USD 17 aprox), pero al no tener cocina disponible elegimos la opción de todas las comidas incluidas (algo así como FJD 76). Como nos quedábamos unos cuantos días, nos “regalaron” una noche. No fue barato y superaba ampliamente lo que veníamos pagando en Samoa, pero no era tan terrible.

Así fue que sin planificarlo ni pensarlo mucho terminamos en la isla Mana, en las Mamanucas. Si bien hay sectores reservados para los resorts, podes recorrer gran parte de la isla sin problemas. Se supone que las playas son públicas hasta un metro por encima de la marca de marea alta, así que podés dar casi toda la vuelta a la isla. Digo casi porque hay un resort que no te dejará pasar. También hay un sendero fácil de hacer, que te lleva al punto más alto de la isla. Es una caminata que vale la pena, vas a tener una hermosa panorámica de la isla y alrededores.

La playa más linda, a mi criterio, no está cerca del hostel sino del otro lado de la isla. La llaman “sunset beach” porque es justamente donde podés ver el atardecer. Durante el día es bastante profunda y podés nadar tranquilo, además de tener un coral muy cerca. El sector de arena es ancho y con algunos árboles para refugiarse de tanto sol. Ni hablar del hermoso atardecer que se ve desde ahí.

Bucear en el paraíso.
El buceo siempre me llamo la atención, pero por diferentes motivos -principalmente económicos- nunca había podido hacer. Este viaje fue un paréntesis en el año de trabajo en Australia, así que podía darme algunas licencias. Sabíamos que existía la posibilidad de bucear con tiburones de arrecife, pero para eso teníamos que hacer una inmersión “bautismo” antes.
Sueños rotos
Somos tres en el grupo: Clara, la amiga con la que estoy viajando, un chico alemán y yo. Uno a uno tenemos que ir con el instructor a practicar las cuatro habilidades básicas para poder sumergirnos: sacar agua de la máscara, recuperar el regulador, y vaciarlo de agua, tanto con el botón como de un soplido.
Todos prontos: hay que empezar a bajar. Un bidón naranja flota cerca nuestro, tiene atada la cuerda que está anclada en el fondo. Tenemos que bajar todos juntos, y cada un metro -o menos- ecualizar los oídos: apretarte la nariz mientras exhalas para compensar la presión. Si esto no se hace bien, el dolor de oído aumenta y podes llegar a lastimarlo.
Bajo un metro y ecualizo, pero tengo un problema con el oído izquierdo. No compensa la presión. Y hago lo que no hay que hacer: seguir bajando. Bajo otra mano e intento ecualizar de nuevo: nada en el izquierdo. Y ahí empieza a doler. Le hago señas al instructor y me dice que suba un poco e intente más arriba.
Subo, intento, no puedo, me frustro.
No quiero hacerle perder tiempo a Clara y el otro chico. Ellos están impecables, y cada minuto de respiración que gastan esperándome, es un minuto menos para nadar con tortugas y peces de colores. El instructor nos hace señas a todos para salir a la superficie, estábamos a 3 metros nomás.
Me dolía y no quería seguir sacándoles tiempo. El sueño de años se me estaba escurriendo entre las manos. Estaba ahí, con el equipo puesto, el instructor, la cuerda y los cardúmenes de colores esperándome a unos metros, pero no podía bajar. Le dije que volvía al bote, que bajaran ellos y yo los esperaba. Shane, el instructor, sabía que el tiempo vale oro y tampoco era una situación que pudiera solucionar, así que le hizo señas al señor que estaba en el bote y me vino a buscar.
Nunca me había pasado de estar en un lugar tan paradisíaco y tener una angustia que me explotara el pecho. Me saqué el traje y me tiré en el bote, disimulando lágrimas con gotas. Y ahí el botero -en algún momento de la vida supe su nombre- me señaló a los chicos, estaban pasando justo debajo nuestro. Me puse la máscara y metí la cabeza en el agua para saludarlos. Tan cerca y tan lejos.
No todo está perdido
A la hora de la cena la frustración y angustia no se habían apagado. Cuando se acercó Bruno, otro de los instructores de la agencia, no tenía muchas ganas de hablar. Pero me contó que sufre de sinusitis y muchas veces le cuesta ecualizar, pero hay otros ejercicios que se pueden hacer para ayudar al oído. Intenté algunos y el resultado me sorprendió: oído izquierdo destapado. ¿Tan fácil era?
Así que al día siguiente fui por la revancha. No íbamos al mismo lugar, sino al banco de arena, que arrancas haciendo pie y vas bajando casi sin darte cuenta. Ecualizaba cada 10 segundos (¿exagerada yo?), pero logré bajar 12 metros sin ninguna molestia en los oídos.
Bautismo pronto: vamos por los tiburones.

Nadar con tiburones
Son tiburones de arrecife totalmente inofensivos, pero no dejan de ser tiburones, impactan a cualquiera. Esta vez íbamos solo Clara y yo con el instructor, y bajamos rapidísimo. Como había mucha corriente Shane nos tenía agarradas, no es fácil mantener el equilibrio ahí abajo. Coral, peces de colores y de repente empiezan a aparecer ellos.

Contamos 11 tiburones de dos especies: de punta blanca y de punta negra. Los de punta blanca son los que se acercan más, no tienen ningún pudor en nadar cerca tuyo. Los otros aparecieron cuando nos quedamos quietos en el fondo, nadaban por encima nuestro para marcar su superioridad.

Así fue como pasé de la angustia y la frustración, maldiciendo las otitis que sufría de chica -porque seguro era su culpa-, a la felicidad extrema de estar a varios metros de profundidad nadando con tiburones.
Dos cortos videos de esa experiencia:
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