
Cambiar la forma
Desde que soy chica viajo, ya sea por el interior de Uruguay con mi familia, cruzando el charco que nos separa con Argentina o yendo a bagayear a la frontera brasilera con mi abuela. Pero la primera vez que me sentí realmente viajando fue en enero de 2010, en Cuba. Tal vez por haberme tomado un avión, por ir con una amiga -y muchas personas más que terminarían siendo también grandes amigos-, por estar un mes, por lo distinto que era Cuba a Uruguay; o por una mezcla de todas esas razones.

Hace un tiempo se pusieron de moda esos mapas que raspás el país que visitaste, para que se vaya transformando en un lienzo colorinchudo a medida que vas viajando, y sea la prueba de “mirá que crá que soy, todo lo que conozco”. Si nos atenemos a esa regla, tendría unos cuantos países de Europa y Sudamérica descubiertos. Pero, ¿qué tan justo es raspar Italia cuando estuviste 3 días en Roma? ¿O la monstruosa República Federativa de Brasil, cuando fuiste incontables veces pero a tomar cerveza, panza al aire y sin dejar la playa?
Algo parecido me pasó cuando, actualizando mi perfil de Couchsurfing, me saltó la opción de enumerar los países que había visitado. Empecé a hacer memoria y eran unos cuantos. ¿Pero cuántos países había conocido realmente? Ahí la lista se acorta.

En el verano sudamericano 2015/16 me fui a Chile sin ningún tipo de plan o idea de qué iba a hacer, y descubrí otra forma de viajar. No ya el picoteo turístico que había hecho con mi madre por Europa: “4 días en Londres, de ahí volamos a Amsterdam… 2 noches está bien, ¿no?; tren a Brujas para pasar una noche y de ahí a Paris… Sí, 4 días en París da”. ¿Da para qué?, me pregunto ahora.

Desde ese momento intento viajar más lento, sin esa desesperación por por abarcar lo máximo posible.
Así.
Lento.
Que no hay más apuro
You must be logged in to post a comment.